Más familia
Hoy me contaba cómo y por qué dejó el baloncesto. Parece ser que llegó un día en que se encontró mal. Un día cualquiera sin motivo aparente. Conduciendo camino del entrenamiento empezó a sentir una angustia que le carcomía y, casi entre llantos, fue a comentar lo que le pasaba a su jugador de más confianza. Al día siguiente lo dejó. Así, sin más.
Para los que no lo sepan, el baloncesto, entrenando en serio, es un deporte que te consume 7 días a la semana, un mínimo de 4 horas diarias. Y, además, es un deporte en el que el entrenador es una pieza clave. No juega, pero es un estratega que es capaz de hacer ganar un partido... O cagarla. Supone presión. Dedicación. Pasión. Renuncias. Y un día, sin saber por qué, puede que tengas que parar.
Me contaba que, hablando con Lolo Sáinz, le comentó que a él los cabreos cuando perdía un partido el domingo, cabreos de estar de mala hostia real, le duraban hasta el martes o el miércoles y que pensaba que por eso todavía no estaba maduro como entrenador. Lolo Sáinz le confesó que a él los cabreos le duraban una semana, justo hasta ganar el siguiente partido. Eso es sentir pasión e implicación de verdad.
Son ejemplos extremos, pero son ejemplos de dedicación y pasión. Nunca podría compararme con ese nivel profesional, pero ¿debería sentir algún tipo de sensación de ese estilo? Creo que no llegaré nunca en la vida a ese nivel (como para enfadarme durante una semana o colgar los hábitos deportivos), y es una lástima, pero qué la vamos a hacer, es la vida que -creo- he escogido.
Empiezo a mirar el calendario para ver qué hay por ahí el año que viene, más soñando que con los pies en el suelo. Volviendo a pensar en el futuro.
Mañana es mi cumpleaños, así es que espero felicitaciones.