Reconocimiento

Hay mañanas en las que uno, antes o después de la ducha -es un matiz intrascendente en este caso- se mira en el espejo del baño y ve a un tipo al que no reconoce. Por más que giras la cara, escrutas entre la línea de los ojos, el mentón o la frente, ves que hay piezas que reconoces, pero que no son las tuyas. Y te preguntas quién es esa persona que te busca desde el otro lado de la pared. Ese que te observa y que deberías ser tú. Pero no lo eres.

Y, una vez pasada la sorpresa incial, una vez pasado el primer miedo de comprobar cómo te contempla desnudo un extraño, te dan ganas de presentarte y, cordialmente, tenderle la mano. Te interesas por él. Sientes curiosidad. ¿Cómo será su vida? ¿A qué se dedicará? ¿Qué quiere, sueña, vive, disfruta y odia? ¿Cómo ha llegado hasta donde está? ¿Hasta dónde quiere llegar? (¿Es que acaso quiere ir a algún lado?).

Quizá lo realmente interesante es que ese reflejo que eres tú mismo, pero en realidad no eres tú, siente la misma curiosidad, la misma necesidad de conocerte. Él te mira también asustado por que tampoco se reconoce. Y se hace las mismas preguntas. Las mismas que deberías saber contestar. Las mismas preguntas para las que tienes respuestas para cualquiera, pero no para ti.

Hoy es uno de esos días en los que no me reconozco. En los que uno se vuelve un poco loco buscando un poco de cordura. En los que no sabes qué es real y qué no lo es.

Si quieres un consejo, toma nota: si alguna vez tienes la seguridad de que algo es verdadero, agárralo fuerte, sal corriendo y no dudes jamás de tu decisión.